La comunicación tiene dos actores, el emisor y el receptor, como bien sabemos. Pero nuestra comunicación, nuestro mensaje como emisores, es nuestra responsabilidad, no del receptor. Sólo si somos conscientes de que debemos captar la atención del otro y hablar en su propio lenguaje, podremos comunicar nuestras ideas o sentimientos.
Para ilustrar este concepto, me gustaría compartir con vosotros el genial cuento de Benedetti, "El hombre que aprendió a ladrar" y dos pequeños tesoros en forma de vídeo de Maty Tchey.
EL HOMBRE QUE APRENDIÓ A LADRAR
Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con
lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al
fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar
ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino
verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento?
Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por
no llorar". Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi
franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendian, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre tenas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano."
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendian, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre tenas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano."
Mario Benedetti
(1920-2009)
¿Para qué sirve la comunicación? - Comunica 4 - Maty Tchey
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La responsabilidad es del emisor - Comunica 2 - Maty Tchey
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